sábado, 11 de mayo de 2013

MARIO BENEDETTI: OBRA


Mario Benedetti, un autor comunicante
Mario Benedetti






Mario Benedetti nació para la literatura en 1945 con su libro inicial, La víspera indeleble, emblema además de la andadura de la generación uruguaya que lleva el nombre de aquel año (como «la generación crítica», en palabras de Ángel Rama, se la conoce también), que tiene en nuestro autor una de sus más altas figuras literarias y que encontró su epicentro en el gran semanario Marcha de Carlos Quijano. Desde entonces, Benedetti ha desarrollado un trabajo intelectual que abarca todos los géneros y pone en práctica una amplia variedad de registros: él es el poeta de Cotidianas, Poemas de otros, Viento del exilio, Las soledades de Babely los demás libros reunidos en los sucesivos volúmenes de Inventario; es el gran novelista de Quién de nosotros, La tregua, Gracias por el fuego, Primavera con una esquina rota o La borra del café; el excelente cuentista deMontevideanos, La muerte y otras sorpresas, Con y sin nostalgia o Geografías, y el dramaturgo de El reportaje, Ida y vuelta oPedro y el capitán. Pero Benedetti es también el escritor político de Crónicas del 71 o Terremoto y después, el mordaz humorista de Mejor es meneallo, el brillante ensayista de El escritor latinoamericano y la revolución posible o La realidad y la palabra, y el intelectual comprometido (en todos los sentidos: un hombre de su tiempo que se niega a cerrar los ojos y dice lo que ve) artífice de esa trayectoria de lúcidas reflexiones sobre la literatura y la realidad que se inició con Peripecia y novelay el polémico El país de la cola de paja, y se consolidaría con los imprescindibles Articulario, Literatura uruguaya siglo XX yEl ejercicio del criterio, recopilaciones en las que no está todo, pero está lo que su autor considera fundamental.

Benedetti escribiendoLa variedad de la obra de Benedetti desafía todo intento de clasificar al autor, y él ha enriquecido cada género que practica con la experiencia ganada en los demás. Pero en esa variedad de registros palpita una secreta unidad que da coherencia a su obra y otorga a la poesía, al ensayo, al artículo periodístico, a la narrativa y hasta a las letras de canciones, un inconfundible «estilo Benedetti», quizá porque sus diversos itinerarios parten de un mismo lugar: la vocación comunicantede su labor como escritor; ese término que -entre otros- la crítica literaria debe a Benedetti y que designa el interés por establecer un clima en el que el lector se sienta parte de un diálogo con el autor desarrollado en un plano de confianza mutua y recíproco aprendizaje. El propio autor dijo: «No escribo para el lector que vendrá, sino para el que está aquí, poco menos que leyendo el texto sobre mi hombro».

A ese lector Benedetti lo conquista literariamente para movilizarlo humanamente, y esa vocación comunicante es, tal vez, la característica que mejor define la obra del autor, no sólo porque nadie ha apelado con tanta frecuencia y tan explícitamente como él a ese «lector-mi-prójimo», sino además porque, en justa correspondencia, pocos poetas disfrutan de un público tan fiel y tan masivo, en el que se incluyen sectores habitualmente ajenos a la literatura. Y esa amplia resonancia es, indudablemente, un síntoma de buena comunicación.

Ahora bien: el empeño confesado por conseguir esa resonancia no se manifiesta a través de concesiones al facilismo, todo lo contrario. En su relación con el lector, Benedetti deja claro que el buen escritor ha de ser un «provocador», porque «cuando uno quiere a alguien -explica- es lógico que procure elevarlo y no disminuirlo, abrirle los ojos y no cubrírselos con una venda». Naturalmente, una comunicación de ese tipo exige utilizar un código fácilmente descifrable por el destinatario, de ahí que otro de los rasgos más llamativos de su escritura sea el lenguaje accesible, la sencillez sintáctica y la modalidad expresiva y estilística cercana al registro conversacional. Pero esa sencillez del lenguaje, también lo ha dicho Benedetti muchas veces, no es más que el instrumento de una actitud -lo cual es mucho más que una técnica literaria- cuyos antecedentes remonta el autor hasta esa obsesión por hablar claro que detecta en Antonio Machado y que define como «un modo peculiar y eficacísimo de meterse en honduras y de traernos desde ellas sus convicciones más lúcidas y conmovedoras».

La lectura de los numerosos artículos y ensayos que Benedetti ha publicado a lo largo de treinta años, da pruebas suficientes de cuál es la finalidad de ese instrumento, es decir, de la comunicación de qué contenidos, de qué honduras, interesa preocuparse. Pero, como comunicar es también seducir, persuadir, esta escritura comunicante no se limita a dar testimonio de una determinada experiencia, sino que, a mi juicio, se sustenta precisamente en la voluntad de crear las condiciones artísticas necesarias para que en el lector se reproduzca esa experiencia narrada por el escritor. Algo que Benedetti ha defendido siempre es que un escritor no termina en su obra, sino en sus actitudes, naturalmente porque él está moralmente capacitado para hacerlo. Sin duda esta circunstancia -el respaldo vital de la obra literaria- es otra de las características que podríamos incluir entre los elementos constitutivos del éxito del autor, indiscutible casi desde sus comienzos.

Por eso ya en ensayos tempranos como Ideas y actitudes en circulación (1963), Benedetti exponía algo así como un programa contra la literatura falluta (hipócrita, tramposa, servil), que establece la honestidad y la consecuencia como condiciones imprescindibles de la literatura comunicante. Por una parte, porque la única autoridad para ejemplarizar y movilizar a través de la comunicación de determinados mensajes -objetivo del esfuerzo estético- se la da al escritor una actitud que reafirme sus planteamientos escritos, y no que los contradiga en la práctica; por otra parte, porque sólo a partir de la propia experiencia, de las propias dudas y certezas más sinceras, puede disponer el autor de un registro que no suene escandalosamente a falso y que sea capaz de interesar a un lector que quizá se hace las mismas preguntas o trata de explicarse los mismos enigmas.

Estos mismos temas centran muchas de las reflexiones de los ensayos de Benedetti, en los que analiza las relaciones entre acción y creación literaria, estudia las posibilidades y la utilidad de estrechar los vínculos con el lector, y se plantea inquietudes relacionadas no sólo con el hacer, sino sobre todo con el querer hacer del escritor, con sus intenciones. Éstas, según sugieren sus textos, están relacionadas con la práctica de un tipo de comunicación en la que el escritor debe enfrentar una doble responsabilidad: la artística, es decir, el compromiso con la calidad estética de su obra, por un lado, y por otro, inseparable, la responsabilidad que conlleva la presencia ineludible del prójimo y el compromiso que voluntariamente ha contraído con él, en el que se reafirma a menudo, por ejemplo, con versos como éstos:
me consta y sé 
nunca lo olvido
 
que mi destino fértil voluntario
 
es convertirme en ojos boca manos
 
para otras manos bocas y miradas

Esta intención confesada de ser voz, pero además intentar ser portavoz, se traduce en la puesta en práctica de un registro de escritura que activa la complicidad (otra de las nociones fundamentales de la poética de Benedetti), estrategia que permite al lector descifrar un guiño, reconocer indicios de afinidad, y así, iniciar o consolidar un vínculo afectivo con la obra. Ahí empezaría lo fundamental, pues ya en un ensayo de 1967 sobre Rubén Darío, nuestro autor planteaba que la prueba infalible que permite reconocer a los grandes creadores es que éstos «nos conmueven, en el intelecto o en la entraña, y, al conmovernos, nos cambian, nos transforman», aclarando así de qué comunicación nos habla y de qué honduras interesa ocuparse. Parece claro: la capacidad de acción de la creación literaria depende de su capacidad de persuasión y la comunicación se establece para la «transformación» del lector. Para Benedetti, la acción (que sobre todo es acción mental) está provocada por una obra que formula preguntas, siembra dudas y moviliza rebeldías; esa acción mental, dice, «puede suponer el desenlace de la contradicción interna, la solución de la controversia, un paso al frente, o hacia atrás, pero siempre un movimiento decisivo», porque gracias a ella se comprueba la validez o la caducidad de los presupuestos mentales, de las opiniones, de los principios. Y esa acción es también un modo muy efectivo de seducción artística, porque el lector no puede más que sentirse atraído por algo que lo ayuda a definirse mejor. «Esa extraña operación de franqueza -intuye- tiene, indudablemente, un atractivo muy particular para el lector, y no creo que aquí pesen los tan comunes ingredientes de una enfermiza, escudriñante curiosidad: no, simplemente se trata del interés que despierta toda experiencia humana auténtica. Hay un lector que de algún modo se inscribe como testigo, como destinatario, como interlocutor».

Creo que la confluencia en ese punto de todas las vertientes de su obra es lo que hace de Benedetti un autor comprometido, sin duda, pero sobre todo comprometedor. Quiero decir: su obra consigue establecer una situación interpretativa en la que el registro utilizado elimina las distancias e invita al lector a sentirse destinatario y conmovido por un mensaje para el que se produce una inmediata atribución de significados personales; un mensaje que lo compromete por entero, «en el intelecto y en la entraña», como diría él, porque el ejercicio de su lectura no sólo pone al lector en comunicación con el autor, sino especialmente consigo mismo. Y conviene recordar al respecto que esa noción de compromiso adquiere en la obra de Benedetti proporciones muy amplias, que abarcan desde el significado más estrictamente político hasta el sentido más «elemental»; es decir, el compromiso entendido básicamente como la voluntad de cumplir y exigir cumplimiento de la palabra dada; el compromiso entendido como deseo de rescatar lo auténtico, oculto a veces bajo diferentes formas de estafa oficial o individual, porque también el propio individuo con demasiada frecuencia se estafa a sí mismo. En resumen: el compromiso -ese «convaleciente»- se traduce en la obra de Benedetti como «un estado de ánimo» y se ofrece como antídoto contra la instalación del engaño, la frivolidad y la hipocresía en zonas de importancia vital. Por eso su lección de autenticidad se aplica, por supuesto, a lo político y lo social, pero se concreta también, o sobre todo, en la intimidad del ser humano. Surgen entonces los poemas de amor con trasfondo político y esos otros poemas tan característicos, de un fuerte contenido político, pero que también acaban siendo canciones de amor. Sobre estas confluencias bromea (pero opina) el autor:

No creo que haya en esto una contradicción, porque la política es también una forma del amor (aunque no viceversa). Hay que aventar cierta mentirosa imagen que suele presentar al luchador político como un ser tan riguroso en su disciplina, que es incapaz de amar como cualquier hijo de vecina, e incluso a la hija del vecino, sobre todo si está bien de piernas e ideología. El amor no es un artículo suntuario, sino una necesidad vital del ser humano. Y no pensamos avergonzarnos de semejante realismo.
De semejante realismo surgen también algunas de las más hondas preguntas de Benedetti, al azar, al lector o a sí mismo; otros temas, como la reivindicación del optimismo, las diferentes Terapias propuestas contra la tentación del precipicio, la invitación a rescatar de la clandestinidad esa «vieja costumbre de sentir» (otro de los derechos humanos fundamentales, recuerda el autor), y otros muchos temas de difícil clasificación, que responden también a los presupuestos de una práctica literaria donde todo parece confluir hacia el reclutamiento del prójimo-lector para un nuevo humanismo practicado sin rubores, por el que, además de una ideología aceptable, se pueda obtener conciencia, sensibilidad y osadía suficientes para responder ante cada coyuntura de la realidad con un sentido más lúcido y más vital de lo que ocurre. Es lo que él llamó «la reforma anímica (o sea, del ánimo y del ánima)».
El poder de seducción que ejerce sobre sus lectores esta escritura comunicante a través del fondo de verdad emocional de sus personajes, de las preguntas que a menudo plantean sus versos y de la hondura de sus reflexiones, da como resultado una resonancia que anula distancias geográficas o generacionales. La obra de Benedetti es esencialmente uruguaya, montevideana, sí, pero no sólo es eso: ha logrado universalizar la experiencia de un tiempo y un lugar específicos, partiendo quizá de sus prójimos más próximos, pero ahondando, con la destreza de quien sabe hacer que nada humano le sea ajeno, en las preguntas que a todos nos aluden y en los enigmas que a todos nos conciernen: el amor, el dolor, el miedo, la alegría, el odio, la envidia, la amistad, la soledad, la plenitud, el tedio. Por eso Benedetti es de los autores más leídos en todos los países de nuestro idioma, además de en innumerables traducciones: su obra recorre todas las edades humanas, y ningún sentimiento ni circunstancia son extraños al poder de su escritura. «Ha escrito lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito -resume José Emilio Pacheco-, de ahí la respuesta excepcional y acaso irrepetible despertada por sus libros».
Remedios Mataix